Precursores, de Maria Luisa ErreGuerena Albaitero.
Desde que Aziev tuvo uso de razón escuchó decir que su mundo era perfecto, que la vida de cada individuo y por lo tanto la de todos estaba formada por un continuo de momentos placenteros.
El fracaso no existía en Kus ni el error tampoco, para evitarlos estaban entre otras cosas el servicio de seguridad que supervisaba al ciudadano en caso de que se le presentara la oportunidad de cometer un ilícito.
Pensaba Aziev que la vida era un conjunto de días tranquilos: el despertar se daba a la hora justa en que se había obtenido un reposo absoluto; sus alimentos, pastillas insaboras y balanceadas en requerimientos nutritivos, se tomaban de pie y en privado antes de iniciar las actividades; la higiene se realizaba con rayos alfa-delta durante su periodo de sueño; el ejercicio físico lo hacían antes de dormir en cantidad suficiente e intensidad regulada; el trabajo que llevaban a cabo les era elegido según sus aptitudes y preferencias, de tal manera que realizarlo les resultara entretenido y gratificante. Tenían a su alcance diversión en juegos de computadora para llenar todo su tiempo libre.
Este cotidianidad, apacible y regulado, sufrió un cambio radical al cumplir su tercera década. Ya nada sería igual, con el sobresalto permanente y la lucha diaria por la sobrevivencia, Aziev enfrenta un cúmulo de retos y toma de decisiones que hacen de esta historia una lección de vida.
El fracaso no existía en Kus ni el error tampoco, para evitarlos estaban entre otras cosas el servicio de seguridad que supervisaba al ciudadano en caso de que se le presentara la oportunidad de cometer un ilícito.
Pensaba Aziev que la vida era un conjunto de días tranquilos: el despertar se daba a la hora justa en que se había obtenido un reposo absoluto; sus alimentos, pastillas insaboras y balanceadas en requerimientos nutritivos, se tomaban de pie y en privado antes de iniciar las actividades; la higiene se realizaba con rayos alfa-delta durante su periodo de sueño; el ejercicio físico lo hacían antes de dormir en cantidad suficiente e intensidad regulada; el trabajo que llevaban a cabo les era elegido según sus aptitudes y preferencias, de tal manera que realizarlo les resultara entretenido y gratificante. Tenían a su alcance diversión en juegos de computadora para llenar todo su tiempo libre.
Este cotidianidad, apacible y regulado, sufrió un cambio radical al cumplir su tercera década. Ya nada sería igual, con el sobresalto permanente y la lucha diaria por la sobrevivencia, Aziev enfrenta un cúmulo de retos y toma de decisiones que hacen de esta historia una lección de vida.
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